Lleva entre nosotros siete años y ya debe saber más que bien lo afortunados que nos sentimos al tenerle en nuestras filas. No resulta pues del todo acertado darle la bienvenida a estas alturas de modo que, en lugar de eso, aprovecharemos este espacio para celebrar el fin de los trámites burocráticos que lo convierten ya en un ciudadano más.
Y es que, al menos los que le tenemos cerca, siempre le
hemos tratado como tal. Sin embargo, no ha sido así a la vista de quienes se
consideran los dueños de un mismo pedazo de tierra fragmentado y separado por
el Atlántico. Resulta surrealista que, aún en nuestros días, ambos gobiernos
hayan puesto todas las trabas imaginables e insólitas para evitar que llegase
este momento.
Una actitud que cabría esperar de sus familiares y amigos ha
sido llevada al extremo, tanto por parte del país al que, ya con bastante
dolor, deja atrás, como del que resulta su destino. El primero no quiere
desprenderse de él, mientras que el segundo intentará por todos los medios no dejarle
entrar. De ambos gobiernos solo se puede obtener una única conclusión: No son
tan distintos.
Latinoamérica le va a extrañar, sin duda, más especialmente
su tierra natal. España, por su parte, es el que mejor parado ha salido, pero
ni se lo imagina. Por eso le ha recibido con solicitudes, exigencias,
certificados, dinero… Cinco mil millones
de años y todo se reduce al dinero aún, en un momento en que el país no es
capaz de levantar la tasa de paro de los casi cuatro millones… A pesar de todo,
lo único que conseguía España era delatarse. Delatar su miedo a lo que viene de
fuera, cerrar puertas, levantar barricadas y, con ello, perderse tanto…
Pero el fin de la partida está próximo y a España no le
quedan fichas en el tablero para seguir atacando. Engler Ali Argimiro Bracho
Sucre se ha ganado el título de español, que no es ningún orgullo, más que
cualquiera de nosotros. Ya en lo poco que lleva con nosotros nos ha dado mucho
más de lo que ha recibido.
Quizás me ahogue antes de terminar esta frase: Los que le
conocemos podemos decir que es uno de los mejores acontecimientos ocurridos
este país enfermo. Un país que ojalá algún día entienda que ya tenemos
suficientes guerreros y que cualquier idiota puede ser un héroe.
Para terminar solo dos apuntes más.
En lo que a Engler se refiere: “Bienvenido, doctor”.
Y en lo que respecta a mi tierra, a partir de ahora:
“¡Gerónimo!”
Jacob G.
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