jueves, 13 de noviembre de 2014

Cartas de un arponeo ingenuo. El estafermo

EL ESTAFERMO
Poco antes de ahorcarse en la calle del Farol Viejo –“la más oscura que pudo encontrar”, según Baudelaire- el extravagante Gérard de Nerval, famoso entre los parisinos por su costumbre de sacar de paseo a su langosta cual si fuera un caniche, escribió algunos de los relatos más inquietantes de la literatura decimonónica.
En uno de ellos aparecía un pobre hombre que sacaba pecho ante su esposa porque había logrado un contrato como estafermo, en un remedo de las viejas justas  medievales. Llegaba a casa medio tullido, más vapuleado que un Ecce Homo, pero orgulloso de haber arreado algún que otro guantazo a personas distinguidas, por mor de las leyes de la física.
Originariamente el estafermo era un muñeco giratorio, firmemente plantado en un lugar de la pista del torneo –de ahí la etimología italiana: “sta fermo”-, que enarbolaba en un brazo un escudo y en el otro, igualmente rígido, una correa con bolas de hierro o saquillos de arena. Los lanceros debían impactar al galope en el escudo y escabullirse con la suficiente rapidez para no ser golpeados por la espalda, e incluso derribados, por esos objetos contundentes que ellos mismos activaban con su ímpetu.
La naturaleza del estafermo residía en su carácter inerte, en su falta de iniciativa, en su abulia existencial, en su condición tan yerma como yerta, en contraste con la vitalidad actora del jinete. En definitiva tanto el premio, al golpear el escudo, como el castigo, al girar al monigote y convertirlo en traicionero bumerán, dependían del difícil equilibrio entre la contundencia y la agilidad del caballero. Ya en 1611 Sebastián de Covarrubias escribía que el estafermo “algunas veces suele ser un hombre que se alquila para aquello… con que da de reír a los que miran”. Claro: mucha más gracia que el muñeco con apariencia de persona, hace siempre la persona con apariencia de muñeco.
Pero si aconsejo acudir a Manzanares el Real, Ferrol o algún otro lugar en los que aún se revive la tradición medieval del estafermo no es para ejercitar la risoterapia sino el análisis político. De hecho fue al ver funcionar el mecanismo en una película de época cuando yo mismo encontré la respuesta al enigma que venía obsesionándome: ¿Cómo es posible que Rajoy tenga tan merecida fama de indolente en el ejercicio de sus responsabilidades y aparezca a la vez rodeado de una aureola de implacable liquidador de antagonistas, a medio camino entre el misterioso anfitrión de la isla de los Diez Negritosy el expeditivo señor Lobo de Pulp Fiction?
Ese modelo no existe en la vida. Nadie es tan zambo para la construcción y tan virguero para la destrucción.  El pasmarote lo es igual para lo malo que para lo bueno y el hombre de acción nunca deja de romper huevos al tratar de hacer tortillas. Sólo el estafermo se mueve estándose quieto. Ese es, o más bien eso es, al fin he visto la luz, el Rajoy que nos gobierna: una veleta manejada por el viento, un diapasón que reverbera sonidos externos, un gong sobre el que golpea el mazo ajeno, un pelele en el torneo político que sirve en la misma carambola de saco de las bofetadas y títere de cachiporra.
El Rajoy ejecutivo no existe
En el fondo tiene razón cuando desvía las culpas de todo a los demás. Porque el Rajoyejecutivo no existe, no ha existido jamás. A ver, que alguien recuerde algo de provecho o algún destrozo notorio que hiciera como presidente de Diputación, ministro de esto y de lo otro o vicetodo. Rajoy somos los otros: nuestros errores y fracasos, nuestras autodestructivas reglas del juego que han parido una encastada cupulocracia. De la ausencia de los mejores pasamos primero a la presencia de los peores, luego a la nada con gaseosa y en este mascarón de proa ya ni siquiera quedan las burbujas.
Fue al permitir que los partidos usurparan nuestros derechos de participación política cuando fuimos inventando al Rajoy inanimado, el autómata sin iniciativa, el papamoscas de la catedral de Burgos, el hombre sin atributos de Musil, relator de una acción paralela que nunca llega a ocurrir. Ese artefacto, ahí plantado como un guardia urbano con sus guantes, su porra y su silbato, que cuando menos lo esperas te da una leche por la espalda. Pero no es él sino tú mismo con tu exceso de velocidad, tu despiste ante el semáforo en ámbar, tu medio sorbo de alcohol en sangre o tu claxon demasiado ruidoso quien activa el radar del robot, la desalmada retribución del estafermo.
Aznar lo fue llevando de un sitio a otro, plantándolo ora en Administración Territorial, ora en Cultura, ora en Interior sin consecuencia alguna para el Estado. Luego lo eligió sucesor precisamente por eso: porque no existía. ¡Y claro que tampoco fue Rajoy quien ideó, inventó, imaginó o diseñó –palabras ignotas en su léxico- la corrupción en Génova! Pero si se repartían sobresueldos, él ponía la mano, cogía la caja de puros y mañana más; si se cobraban mordidas, él recibía al donante, hablaban de fútbol y mañana más; si el tesorero millonario se veía en apuros judiciales, le mandaba mensajitos de apoyo y mañana más. No iba a ser un estafermo quien alterara el curso de los astros.
El suyo era un escuálido sol de invierno abocado a un fulminante ocaso. En la campaña de 2008 me di cuenta de que hasta en la Plaza del Obradoiro, cuando se le acercaban cariñosos sus paisanos, el rígido autómata, incapaz de toda empatía, movía con dificultad sus articulaciones oxidadas. Bastó que enfrente tuviera a un ser humano, lleno de imperfecciones pero con cierta sangre en las venas y razonable riego cerebral, para que por segunda vez fuera noqueado. No quedaba sino la hierática despedida del balcón de Génova.
Pero esa noche cuando Faetón ya encerraba su carro en la estrellada cochera y se aprestaba a enviar a la hojalatería aquellas chapas, cables y tornillos de su recogida póstuma, tres compinches muy dispares –Gallardón, Arenas, Camps- y un avariento e insaciable Strómboli, empeñado en extraer hasta el último euro negro de su imaginativo invento, “la marioneta sin hilos”, convencieron a un prejubilado vocacional, con igual nombre que el estafermo, para que ocupara su lugar. Y lo alquilaron enseguida.
Ahí fue cuando se jodió el Beluchistán. Diríamos que Rajoy empezó a hacer de Rajoy como Pierre Menard comenzó a escribir el Quijote. En ambos casos la copia fue escrupulosa pero la diferencia estaba en el original y el amanuense: lo que va de Arriola a Borges. La catástrofe sobrevino cuando el humano cejialto sucumbió en Pearl Harbor, el PSOE sacó del desván a un paquete perdedor, y el sosias del maniquí barbudo llegó a la Moncloa con mayoría absoluta.
Apenas los serviles ministriles, embutidos en sus refulgentes libreas de colores, habían hecho sonar las trompetas y atabales que anunciaban el inicio de la justa cuando, sin comerlo ni beberlo, el estafermo nos propinó su primera descomunal galleta. Resultaba que el déficit público y las exigencias europeas habían impactado en el escudo y el Rajoy de carne y hueso que, como el personaje de Nerval se pavoneaba ya en familia, reaccionó con el mismo automatismo con que lo hubiera hecho el Rajoy de madera de alcornoque: impuestazo y tente tieso. Poco después los etarras golpearon el escudo con los aldabonazos de los siniestros compromisos adquiridos y el brazo rígido del estafermo repercutió sobre la parte de atrás de la cabeza de las víctimas, reinsertando a sus verdugos, incluido el abominable Bolinaga.
Rajoy ha nacido para hacer de Rajoy
Desde entonces todo ha seguido la misma pauta. Tenía razón Lucía Méndez el otro día: Rajoy ha nacido para hacer de Rajoy. Nunca podrá imitar a otro muñeco. El día que lo parieron Proteo se había ido de parranda. Fijémonos en el maquinismo de su conducta inane durante este último remedo de rebelión de los catalanes: convocatoria, impugnación… convocatoria, impugnación… ding, dong… ding, dong, PF1 insertar. “No puedo hacer otra cosa”, alega el  estafermo. Cada vez que oye “dominus vobiscum”, va y responde “et cum spiritu tuu”.
Ahí tenemos al brazo listo y al brazo tonto de la ley, empalmados en un mismo priapismo. Por eso lo de hoy está a la vez prohibido y permitido. ¿Política… quién dijo política?  ¿Reformas… no las hicimos ya en Genova? ¿Artículo 155… a qué libro de salmos pertenece eso? Cada vez que habla en público se escucha la misma canción: “Soy tan sólo una muñeca que no sabe de amor/ soy de cera, soy de trapo, pero no de salón/ Mi vida es dulce como un bombón/ Poupée de cir, poupée de son”.
A pesar de su leyenda negra, ni siquiera es un malvado. El mal necesita esmero y diligencia. Si te da con la estaca es por inercia. Le sacas los SMS en portada y eres tú mismo el que activas, con ese idealismo que te lleva a ir a por todas sin cubrirte las espaldas, el código rojo de las defensas nucleares que manejan al unísono el poder político y el económico.  ¡Cuántos de los implicados en mi acoso y derribo no se arrepentirán ahora, a la vista de este CIS que augura lo peor, por haber desaprovechado aquella ocasión en la que tuvieron a huevo rescindirle el contrato al estafermo!
Dice Pérez Reverte que “Rajoy parece una liebre paralizada en una carretera ante los faros de un automóvil” y yo disiento. La parálisis requiere movimiento previo. ¿Rajoy una liebre, querido Arturo? Ni a conejuelo de gazapera llega ¿Cuándo le has visto brincar, recortarse, emprender carrera alguna hacia ningún sitio? Para mí que es el crustáceo exánime, esa palinurus interruptus, que arrastraba Nerval simulando que había tracción entre sus pinzas.
La ansiedad social por el hecho de que Rajoy no reaccione ante ningún desastre recuerda el momento del reinado de Carlos II en el que se decía que el monarca tomaba decisiones bajo el influjo de un encantamiento. El remedio fue, según relata Carmen Sánz Ayán en su fascinante estudio sobre el teatro palaciego de la época, encargar un comedia, titulada “El hechizo sin hechizo”, en la que “se desmitificaba la magia como algo que pudiera determinar la conducta del ser humano”. La representación acreditó la verdad. Nadie había suministrado a Carlos II filtro o bebedizo alguno -en realidad no hacía falta- pero aquel último Austria, tan débil de voluntad como de remos, pasó a la Historia como “El Hechizado”.
No le demos más vueltas. Esto ya no se arregla a bocinazos. El estafermo siempre permanecerá estólido en su estrago. Lo suyo no es coyuntural sino ontológico.  En lo que sí tiene razón Pérez Reverte es cuando añade que “lo malo es que nos van a atropellar a todos”. Por eso no veo más salida de emergencia que la de la calle del Farol Viejo, tal y como la dibujó Gustavo Doré, con la trompetera parca arrastrando hacia al más allá no sólo el alma del finado sino también las de todas sus hechuras de ficción.


Pedro J. Ramírez

sábado, 1 de noviembre de 2014

¿Perdón? (por Fernando Baeta)

¿Perdón?

El PP sobrevive en el perdón. A Dios rogando. Sumergido en actos de contrición y en letanías con olor a incienso. Recitando misereres ya recitados. Rasgándose vestiduras ya rasgadas. Sorprendiéndose por lo que ya nadie se sorprende. Golpeándose otra vez el pecho... por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa... 
Mariano Rajoy no se cansa de pedir "perdón", María Dolores de Cospedal anda "escandalizada" y Esperanza Aguirre vive "profundamente avergonzada". Y a este grado de tormentos individuales y colectivos se ha llegado porque la fosa séptica sobre la que se asienta desde hace demasiado tiempo el Partido Popular ha rebasado ya los límites de seguridad y empieza a desparramar su contenido.
Todos, además del presidente, entonan el mea culpa por la corrupción nacida y posiblemente amparada al calor de las siglas de su partido como si el mero hecho de hacerlo fuera un atenuante cuando no un eximente total de cualquier responsabilidad. Porque es en esta petición de perdón donde los populares parecen querer finiquitar, hasta el momento, sus responsabilidades políticas. "Ya hemos pedido perdón", repite y repite Génova 13 como si de un mantra se tratara.
Y es que en este país desde que el Rey Padre pidió perdón por lo suyo en Botswana, y no solo por lo de Botswana, pedir perdón está tan sobrevalorado que hasta se ha convertido en la coartada política perfecta. 
¿Deja de ir a la cárcel el asaltante de una gasolinera cuando pide perdón? ¿O el ladrón de un banco? ¿O un asesino? ¿O un pederasta? ¿O el 'robagallinas' del que hablaba con toda la razón del mundo el presidente del Consejo General del Poder Judicial? ¿Se salva alguno de estos de ir a prisión por el mero hecho de haber pedido perdón? No. No basta con el perdón. En política, por higiene democrática, no basta con pedir perdón si éste no va acompañado de algo más. Los reyes abdican y los políticos dimiten. 
Mariano Rajoy dicen que "está sufriendo extraordinariamente", pero desconocemos si ese sufrimiento viene de la aceptación de todo lo acaecido en su propia casa, y está por ver si también bajo su amparo, o simplemente sufre porque estos sucesos, electoralmente perniciosos, hayan llegado y trascendido a una ciudadanía cada vez más desencantada y asqueada con todo lo que está cayendo.

Mariano Rajoy.
No sabemos, y queremos saber, si cuando Rajoy habla de que "quién la hace la paga" se refiere a medidas regenerativas y curativas en su convaleciente partido, o simplemente se refiere a las acciones legales que dirimirán los tribunales competentes que, con otros recientes ejemplos en la mano, largo me los fiáis. No sabemos, repito, si vive atormentado por la existencia de una Caja B en la contabilidad del partido que preside; por decirle a Luis Bárcenas que lo entendía y que fuera fuerte; por ser rehén, políticamente hablando, de su ex tesorero ahora en la cárcel; o pide perdón por el cobro generalizado de sobresueldos entre la cúpula popular, una cúpula en la que presumiblemente también se encontraría él. ¿Es por todo esto? O quizá sólo sufre "extraordinariamente" porque los ciudadanos se han enterado de la existencia de tamaña fosa séptica. 
María Dolores de Cospedal anda "escandalizada". Y al oír esta expresión me viene rápidamente a la memoria 'Casablanca' y el capitán Renault cuando en uno de los muchos momentos memorables de la película exclama: "¡Qué vergüenza! ¡Me acabo de enterar de que en este local se juega!", segundos antes de que Carl, el maitre de Bogart, le haya untado con su suculento fajo de billetes diario.
Una Cospedal atormentada y que también se dejar caer en manos del perdón se acaba de enterar de que ¡¡¡en el PP se juega!!! No debió enterarse mientras pagaba a Bárcenas su nómina todos los meses cuando teóricamente ya no trabajaba en el partido; ni cuando le mantenía además coche, chófer, despacho y secretaria sin tener, aparentemente, relación laboral alguna; ni tan siquiera cuando uno de sus hombres de confianza en Castilla La Mancha -José Ángel Cañas- le firmaba al malvado ex tesorero un recibí de 200.000 euros con los que Sacyr, presuntamente, colaboró activamente en la campaña electoral que llevó a la secretaria general del partido a ser presidenta de la comunidad castellano manchega, a cambio del contrato de recogida de basuras de Toledo. 
Esperanza Aguirre vive "profundamente avergonzada" con todo lo que está sucediendo en el Partido Popular de Madrid. Ignoramos si lo está por los presuntos delitos cometidos por un sinfín de sus colaboradores, o lo está por haber elegido personalmente a la mayoría de ellos. Insisto, no sabemos si está "profundamente avergonzada" por los sinvergüenzas que han campado a sus anchas en la Comunidad de Madrid y en numerosos ayuntamientos donde presuntamente han robado a espuertas, o suplica el perdón por haber seleccionado ella a muchos de estos sinvergüenzas y haberles dado, probablemente sin ser consciente de ello, la cobertura necesaria para llegar a serlo.
Parece mentira la poca vista que ha tenido en la selección de personal de confianza alguien como Esperanza Aguirre que, paradojas de la vida, trabaja ahora como cazatalentos en uno de los principales despachos de este país. 

Francisco Granados. EFE
Ejemplos de presuntos en Madrid hay muchos. Y antes que Púnica fue Gürtel. El ahora protagonista Francisco Granados -que acabamos de saber que abrió cuenta en Suiza al poco de llegar al Gobierno regional- fue consejero de Aguirre en Transportes, Presidencia, Interior y Justicia, después de haber sido alcalde de Valdemoro; dos de los ex consejeros de Sanidad que tuvo la presidenta, Manuel Lamela y Juan José Güemes, están ahora imputados por prevaricación y cohecho; otro como Alberto López Viejo, consejero de Deportes y antes viceconsejero de Presidencia, y cuyo crecimiento político solo es entendible con el apoyo incondicional que siempre le prestó la líder popular cuando era presidenta del gobierno regional. Y a estos nombres, lo más importantes pero no los únicos, hay que sumar no pocos alcaldes y concejales de la región, además de personal de confianza de unos y otros.
Y entre paréntesis se encuentra el actual equipo de la Comunidad de Madrid, que aspira a pasar de puntillas y a poder ser en el más completo anonimato en estos momentos tan delicados. Pero a nadie se le escapa, y a Génova 13 tampoco, que el hoy presidente Ignacio González -que quiere repetir- era vicepresidente con Aguirre y además sigue siendo secretario general del partido en la región con ella de máxima responsable. Por ahora sólo ha sufrido el quebranto de su director general de Informática, que esta semana presentó su dimisión por haber pagado, presuntamente con dinero opaco, "trabajos de reputación de altos cargos" del gobierno regional.
Pero no nos extraña. Ella siempre ha ido por libre. El 28 de mayo de 2004 el que esto firma escribía en EL MUNDO. "La presidenta se ha salido con la suya. Ha dejado pasar el temporal, ha investigado algo los ahorrillos de Alberto López Viejo y le ha hecho viceconsejero de Presidencia. Lo previsto. No podía consentir que un periódico, éste, le dijera a quién podía y a quién no podía nombrar. (...) Cuentan que ni tan siquiera ha tenido en cuenta la opinión contraria de Ignacio González. (...) Tenía deudas electorales que pagar, y finalmente las ha pagado. Pero creo que con esta decisión nos vamos a reír todos mucho: algunos compañeros de su propio partido que no dan crédito, la oposición que se frota las manos, la prensa porque va a tener trabajo extra. (...) Si tan segura está de la honorabilidad del ex concejal de Limpieza del Ayuntamiento de Madrid ¿por qué no une su futuro al de él y promete a los madrileños que dimitirá inmediatamente de su cargo si finalmente la gestión de Alberto López Viejo acaba en los tribunales?"
Al final, nos reímos todos pero ella no dimitió cuando finalmente López Viejo fue investigado y procesado por la trama Gürtel. 
¿Perdón? No hay perdón que valga. ¿Cómo se perdonan los sobresueldos, el sé fuerte, el pago del finiquito en diferido, el tres por ciento de Granados y Cía., los 200.000 euros de la basura de Toledo, la paupérrima selección de un personal que desde puestos privilegiados de la Administración roba y roba sin parar como si tocaran a rebato...? ¿Cómo se puede pedir perdón por esto y querer seguir adelante como si nada? ¿Cómo se perdona la burla que supone para la ciudadanía comportamientos de esta calaña? Porque como escribió Platón, "la burla es, entre otras injurias, la que menos se debe perdonar".
Dicho queda.