lunes, 23 de marzo de 2015

WHO?


Lleva entre nosotros siete años y ya debe saber más que bien lo afortunados que nos sentimos al tenerle en nuestras filas. No resulta pues del todo acertado darle la bienvenida a estas alturas de modo que, en lugar de eso, aprovecharemos este espacio para celebrar el fin de los trámites burocráticos que lo convierten ya en un ciudadano más.

Y es que, al menos los que le tenemos cerca, siempre le hemos tratado como tal. Sin embargo, no ha sido así a la vista de quienes se consideran los dueños de un mismo pedazo de tierra fragmentado y separado por el Atlántico. Resulta surrealista que, aún en nuestros días, ambos gobiernos hayan puesto todas las trabas imaginables e insólitas para evitar que llegase este momento.

Una actitud que cabría esperar de sus familiares y amigos ha sido llevada al extremo, tanto por parte del país al que, ya con bastante dolor, deja atrás, como del que resulta su destino. El primero no quiere desprenderse de él, mientras que el segundo intentará por todos los medios no dejarle entrar. De ambos gobiernos solo se puede obtener una única conclusión: No son tan distintos.

Latinoamérica le va a extrañar, sin duda, más especialmente su tierra natal. España, por su parte, es el que mejor parado ha salido, pero ni se lo imagina. Por eso le ha recibido con solicitudes, exigencias, certificados, dinero…  Cinco mil millones de años y todo se reduce al dinero aún, en un momento en que el país no es capaz de levantar la tasa de paro de los casi cuatro millones… A pesar de todo, lo único que conseguía España era delatarse. Delatar su miedo a lo que viene de fuera, cerrar puertas, levantar barricadas y, con ello, perderse tanto…

Pero el fin de la partida está próximo y a España no le quedan fichas en el tablero para seguir atacando. Engler Ali Argimiro Bracho Sucre se ha ganado el título de español, que no es ningún orgullo, más que cualquiera de nosotros. Ya en lo poco que lleva con nosotros nos ha dado mucho más de lo que ha recibido.

Quizás me ahogue antes de terminar esta frase: Los que le conocemos podemos decir que es uno de los mejores acontecimientos ocurridos este país enfermo. Un país que ojalá algún día entienda que ya tenemos suficientes guerreros y que cualquier idiota puede ser un héroe.

Para terminar solo dos apuntes más.

En lo que a Engler se refiere: “Bienvenido, doctor”.

Y en lo que respecta a mi tierra, a partir de ahora: “¡Gerónimo!”


Jacob G.

lunes, 16 de marzo de 2015

¿Es libre la libertad de expresión?

Ian Buruma expone dos ejemplos similares, protagonizados por Richard Williamson y Geert Wilders. Su intención no es otra que la de demostrar el incumplimiento, a veces incluso de manera involuntaria, de la libertad, dentro del breve y ya desgastado término “libertad de expresión”.

Partiremos de la base que define qué es la libertad de expresión. Se trata de un derecho fundamental, señalado en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que se creó en 1948, que consiste en la libre difusión de las ideas y que resulta fundamental para el conocimiento de la verdad.

Según la Declaración "Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y de recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión."

Los derechos humanos son el resultado de luchas que se han prorrogado a través de las generaciones. Su valor está respaldado por todos los que combatieron creyendo que era posible conseguirlos en momentos en los que su obtención resultaba no menos que impensable.

No obstante, el derecho de la libertad de expresión trae implícito el desacuerdo, ya que no todo lo que se expresa tiene por qué contar con apoyo absoluto. Sin embargo, este desacuerdo no se debe enfocar al derecho que tanto ha costado conseguir para lograr la libertad de expresión, sino a la comunión o la discrepancia con las ideas que se expresan o con los argumentos que las respaldan.

Existen tantas opiniones como seres humanos habitan en el mundo y todas ellas tienen el mismo derecho a ser expresadas. Es por ello que podemos tropezar con opiniones que resulten contrarias a la nuestra, contrarias a una mayoría o, simplemente, que nos resulten escandalosas o surrealistas dada nuestra cultura, nuestra educación o nuestras creencias. Sin embargo, ni siquiera esto nos da el derecho a arrebatar otro derecho.

Es el caso que Ian Buruma nos muestra con el ejemplo del obispo Richard Williamson negando el holocausto, culpando a los americanos del derribo de las Torres gemelas el 11-S  o hablando de que los judíos luchan por dominar el mundo y preparando el trono del Anticristo. Estas opiniones no tiene cabida en la ideología de la iglesia católica y, por tanto, le han costado la excomunión. Algo lógico dada la contrariedad entre ambos. Sin embargo, el castigo no debió ir más allá. La discrepancia que generó Williamson también provocó su expulsión de Argentina y la amenaza de ser juzgado en Alemania.

En un intento de simplificar la complejidad, sobre donde termina la libertad de expresión en este caso, podemos decir que es como si nos hubiéramos cruzado con el obispo por la calle. Habría bastado con, tras conocer sus opiniones, no seguir escuchándole y continuar nuestra rutina. Sin embargo, lo acontecido se asemeja más como si, al escucharle, le atásemos a un árbol con una mordaza.

Las expresiones nos permiten darnos a conocer, tal como hizo Richard Williamson. A partir de ese conocimiento, aquellos que nos escuchan, solo deben elegir si desean acercarse o no a lo que oyen y a quien lo expresa, pues poseen total y absoluta libertad al respecto.

Coartar las opiniones por el simple hecho del nivel de desacuerdo que estas produzcan en las personas no es sino un síntoma de miedo, ante el que se actúa egoístamente, privando del derecho a la libertad de expresión. Para que exista la libertad de expresión se hace necesaria la tolerancia de opiniones con las que no tenemos por qué comulgar. Opiniones expresadas que, mientras que no sean más que eso, no hacen daño a nadie siempre que contemos con esa tolerancia y con el entendimiento de que todo el mundo debe gozar de la libertad de expresión.

Las opiniones tienen más peso cuando vienen de personajes públicos, sin embargo no dejan por ello de ser opiniones. Es el caso que Ian Buruma nos expone con el político holandés Geert Wilders, a quien se le prohibió su entrada en Reino Unido, donde pretendía mostrar su película Fitna, considerada herramienta para propagar el odio contra los musulmanes. En este caso el intento de callar la voz de Wilders dio como resultado un aumento de su popularidad.

Es cierto que existen expresiones capaces de herir a sus oyentes, pero la mejor manera de silenciarlas (si es que hay que hacerlo) quizás sea el desacuerdo que obtendrán de aquellos a quienes se dirigen y de quienes espera reclutar su apoyo. El hecho de intentar controlar cada opinión expresada y castigarla en caso de desacuerdo es una violación del ya mencionado artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Resulta imposible trazar una línea que marque hasta dónde alcanza la libertad de expresión. Yo pienso que la libertad de un individuo termina donde esta comienza a solapar la de los demás. Sin embargo, condenar a alguien por el simple hecho de expresar una opinión con la que discrepamos, no es tanto un acto de justicia sino de intolerancia o, incluso, de venganza.


Jacob G.

domingo, 8 de marzo de 2015

CERRAJEROS 24 HORAS


No hay duda. Si entrase una banda de ladrones en nuestra vivienda, lo primero que haríamos sería ir a la comisaría más cercana a denunciar el delito. Sin embargo, si somos nosotros los que les pagamos y entregamos una copia de las llaves de nuestra casa y, para más inri, luego nos ofendemos al ver todo lo que se han llevado, antes de denunciar nada deberíamos presentarnos en el psiquiátrico más cercano.

Lo mismo ocurre con la política. A diario denunciamos las acciones y decisiones que el gobierno toma y que afectan a este país al que por nacimiento pertenecemos. Pero, aunque la mano ejecutora de tantas atrocidades sea el partido asentado en el poder, casi la misma responsabilidad le corresponde a aquellos ciudadanos que con sus votos han colocado al partido en Gobierno de la nación.

Y es que estamos en España y aquí muchos vienen de serie con un “Yo no he hecho nada”. Así, mientras el Partido Popular gana con mayoría absoluta, una amplia mayoría de ciudadanos van proclamando a los cuatro vientos y con la cabeza demasiado alta: ”Yo no voté al PP”. Y que Dios bendiga cada momento en las terrazas, junto a una cerveza y la tapita española, aprovechando para poner a caldo a toda la clase política, con nombres y apellidos.

Pero los tiempos están cambiando. Hoy los ciudadanos no tenemos excusa ya que contamos con más herramientas que nunca para solucionar el problema. Porque, siendo sensatos y empezando por el principio, en España hay un problema y es urgente una solución. No creo que exista algo que objetar al respecto. A partir de aquí analizamos el trayecto político de los últimos años.

La irrupción de nuevas formaciones políticas y los resultados que las encuestas otorgan a estos “desconocidos” han despertado las alarmas en el bipartidismo. PP y PSOE dejan de tratarse a jarronazo limpio entre ellos mientras perdura esta amenaza. Ahora se trata de remar en una misma dirección, algo que… ¡sorpresa!, no parece tan difícil, visto que ambos lo hacen realmente bien.

Y, ¿cuál es el plan? Bien, ya que actualmente llevamos unos meses destapando casos de corrupción, lo más sensato es acusar de corrupto al novato. De eso, tanto el Partido Socialista Obrero Español como el Partido Popular, entienden bien. Y si no que se lo digan a los usuarios de las tarjetas black. Utilizadas para pagar comidas y cenas inimaginables, vacaciones, putas de lujo y cocaína de primera, ¡en plena crisis! Es lógico pensar que algo habrán aprendido al respecto. Pero no son los únicos. También Izquierda Unida y 10 cargos de los sindicatos hicieron uso de este dinero de plástico.

Comenzamos con el PP y nos topamos con los escándalos de: La contabilidad B, que no solo ha subvencionado al partido sino que además lo ha enriquecido. Llevada a cabo por el “respetable” tesorero Luis Bárcenas, ascendido por Rajoy y después negado reiterativamente por el mismo, como el apóstol San Pedro. Prosiguiendo con el caso Gürtel y continuando con el rescate de Bankia (pagado, como no, con el dinero de los españoles). Sin olvidar la Operación Púnica, por la que se embolsaban curiosas comisiones ilegales, a cambio de la adjudicación de servicios públicos.

Pero seamos justos, el PSOE no se queda atrás. Recordemos los últimos años con Felipe González en la presidencia. La línea que separa la llamada “izquierda” de la derecha es tan delgada que hay que imaginársela. Pero para imaginación la que le echó Zapatero, incapaz de admitir una crisis que tenía delante de su nariz. Con su brillante plan de vaciar por completo las arcas del Estado dejó una deuda que, si ya nos las íbamos a ver mal para salir, ahora no veríamos absolutamente nada. El PSOE no iba a quedarse atrás en su carrera delictiva. Actualmente el caso Mercasevilla ha destapado el pago de nóminas a cargos del partido que nunca habían trabajado en la empresa. ¿Quién no quiere cobrar sueldazos sin ir a trabajar?

Tampoco debemos olvidar a esos que siempre están “pensando en los españoles” y enfrentándose al bipartidismo. Izquierda Unida, con José Antonio Griñán a la cabeza. Acusado y habiendo abandonado la formación, con la intención frustrada de librarse de la imputación. Esos que quisieron hacerse con el control de las manifestaciones acontecidas en Madrid y que los propios manifestantes expulsaron, dejándoles claro que no iban a ser los ciudadanos los que pusieran el esfuerzo para que ellos se llevaran la gloria.

También recordemos el caso de los tan queridos sindicatos, UGT y CC.OO. Los únicos que se negaron a la ley de transparencia para evitar publicar los sueldos de sus dirigentes. Siempre tan preocupados por los trabajadores que hasta tachaban de impresentables las subvenciones que obtenían para llevar a cabo su labor. Una labor que consistía en defender los derechos de los trabajadores, creando cursos de formación que no se llegaban a celebrar, diplomas que nunca se entregaron y cuyas ayudas iban a parar a los “pequeños” bolsillos de Cándido Méndez, Fernández Toxo y sus queridos (solo los queridos) obreros.

Sin olvidarnos de otra organización de peso en nuestro país como lo es la iglesia católica. Capitaneada por Monseñor Rouco Varela. Que por obra y gracia del Espíritu Santo ha recaudado con el cepillo (o eso intenta hacernos creer) más de medio millón de euros que ha invirtido en un coche, así como en remodelar su ático de 1,2 millones, exento de impuestos. ¿Qué tendrá el cepillo del señor Rouco?, lo desconocemos. Pero no debemos caer en el pecado de la envidia. Pues seguro que que el arzobispo está ahora mismo en su humilde mansión rogando por nosotros o, al menos, por algunas.

Ahora llega Podemos. Un partido que surge del descontento político de los propios ciudadanos que, al fin, han dicho “basta”. Basta de las mentiras de los políticos. Basta de que nos tomen por idiotas y se crean que nos tragamos sus falsedades. Basta de tener que elegir entre lo horrible y lo peor. Así aparece Podemos. Subvencionado con dinero de Venezuela, sí, ¿y qué? ¿Sería mejor que se financiara con dinero negro que pagamos los ciudadanos? No se lo propongamos dos veces a nuestro tan querido Bárcenas… capaz es de abandonar el PP y abrazar a Pablo.

Que quede claro. Todos los partidos políticos en España se han financiado con capital de países extranjeros. Un dinero que el Tribunal de Cuentas no tiene por qué explicar de dónde ha salido. En otras palabras, el Tribunal de Cuentas no da cuentas de lo que no le interesa. Y, ¿adivinan por qué? Fácil, porque el Tribunal de Cuentas es un organismo formado solo por consejeros del PP y del PSOE, que nunca se renuevan. Gracias a este tribunal los principales partidos políticos gozan de capital absurdo, sin tener que explicar de donde proviene. Además poseen el apoyo de las más importantes entidades bancarias que ya les han dado innumerables beneficios. Como el concedido al PSOE, al perdonarle una deuda de 36,5 millones de euros.

Una inmensa mayoría de ese dinero no va lejos, se queda dentro de los partidos y se reparte entre sus integrantes. Pero tranquilos, otra parte es para empapelar las ciudades en plena campaña electoral, crear divertidos anuncios de televisión, llenar nuestros buzones de cartas amables que compren nuestros votos y plantarnos un póster de 50x70 a un lado de las farolas con la cara de Pedro Sánchez y al otro con la de Mariano Rajoy. En conclusión, se emplea en hacer publicidad de los personajes más públicos que tenemos en nuestra sociedad.

Se acercan las elecciones municipales y los españoles partimos con la ventaja de conocer bien cómo actuarán después PP, PSOE, IU… incluso UPyD. Vuelvo al ejemplo del principio. El ladrón que saquea nuestra casa es ya un anciano que a duras penas se tiene en pie. ¿Vamos a ayudarle a cargar nuestras cosas?

En estas elecciones, hagan ustedes lo que hagan, tengan la mínima decencia de apechugar con sus actos. Que no hace falta ir con la ralla al lado, la camisita a cuadros abotonada hasta el gaznate y el jersey sobre los hombros, para que los demás sepan a quién has apoyado. Ya lo hemos comprobado, se pilla antes a un mentiroso… Y si no van a ser capaces de dar la cara por sus ideales y por aquello que han expresado en las urnas, al menos sean razonables y voten a ese candidato que les resulte lógico apoyar.

En otras palabras: Primero agarren a ese anciano, que sin pasamontañas lleva años desvalijando lo que con tanto esfuerzo hemos conseguido los españoles. Segundo, no lo lleven a la cárcel, pues podría gozar de vacaciones pagadas del bolsillo de todos los ciudadanos, en lugar de eso intérnenlo en un asilo. Y tercero, llamen a un cerrajero y cambien la cerradura.



PD: No olviden que el voto nulo o el voto en blanco es dejar la llave en el portal, a la espera de que alguien la recoja. Esa opción nunca ha solucionado nada.